¿dónde estamos parados?
En ocasiones, me imagino a quienes ahora rondan los sesenta años cuando empiezan a rememorar sobre el paso del rock and roll en México y me pregunto qué pensarán y, si además de lo que escucharon, todavía se dan tiempo para pensar en qué derivó todo aquello. Para algunos, la invocación del género enciende una chispa y lleva a la memoria nombres como los de César Costa, Manolo Muñoz, Enrique Guzmán, Los Locos del Ritmo, Camisas Negras, etc. Hay otra generación que vincula las sonoridades del ritmo, los estruendos del mismo, a nombres como Bandido, Three Souls in My Mind, Dug Dug’s, La Revolución de Emiliano Zapata, La Fachada de Piedra. Y, luego de un salto, hay una generación más para la cual el rock hecho en México está asociado a grupos como Caifanes, Maldita Vecindad, Fobia, La Castañeda, Los Amantes de Lola. Por último, hay una masa, allá afuera, a la que sólo le dicen algo bandas como Jumbo, Pito Pérez, División Minúscula, Molotov o Inspector.¿Dónde estamos?, mejor dicho, ¿dónde está parado el rock hecho en México? La respuesta bien podría ser: según se le mire. En esta respuesta, me parece, radica la suerte de esto que lleva 45 años o más de practicrse, pero que, para algunos, es apenas una cosa reciente, novedosa y carente de tradición. Y es que, para ser sinceros, cuando hablamos de los resultados masivos alcanzados por el rock azteca, no podemos echar las campanas a vuelo... aunque ha habido momentos en que éstas han sonado con fuerza.
Si miramos hacia atrás, evidentemente los esfuerzos, intentos y logros alcanzados por el rock hecho en México, son pocos dada su longevidad. No es aquí, creo, el lugar para señalar las razones de este atraso. Pero el hecho no deja de ser frustrante y lamentable, porque en el camino, debido a la imposibilidad de dar continuidad a una tradición, hemos terminado por hacer de nuestro rock un asunto fragmentado.
Comencé este texto haciendo un repaso por algunas de las generaciones que han participado en la construcción de este acéfalo animal que es el rock mexicano y no fue gratuito. El haberlo hecho así me permite argumentar que la historia, a pesar de tener ya una “cola” detrás, no puede contarse de un solo tirón, simplemente porque se ha hecho a retazos y el actual desconoce el precedente, y éste, a su vez, desconoce a su antecesor. Si bien hay hitos importantes en la historia del rock hecho en México: el Festival de Avándaro, el rock en tu idioma, por citar solamente dos, estos acontecimientos, por la vía de la repetición han pasado a convertirse en lugares comunes, en frases carentes de sentido que muchos tienden a repetir aunque desconozcan su significado.
Creerán que exagero, pero si miramos atrás nuevamente, cualquiera creería que, especialmente después del boom, deberíamos nadar en la abundancia rockera, y esto no solamente implica a grupos, se extiende a lugares para conciertos, a radiodifusoras, programas de televisión y revistas especializadas, a la creación de subsellos en las disqueras que atendieran cada una de las manifestaciones que forman parte del universo rockero, a sellos independientes que, además de servir de alimento a las transnacionales, pudieran generar la sangre nueva que todo movimiento de alcance social necesita.
Pero al mirar atrás, encontramos que no tenemos nada de eso, que si bien nuestra escena ha tenido un crecimiento, éste ha sido pequeño y no responde ni a la magnitud de la gente joven que habita este país, ni al tamaño de sus principales ciudades. Si existiera un corredor de clubes diseminado a lo largo de la República Mexicana, los grupos sin importar la tendencia podrían pensar en hacer del rock una forma de vida, una fuente de trabajo y no un mero entretenimiento.
Si existiera un conocimiento de nuestra historia rockera –misma que no necesariamente tiene que enseñarse en las escuelas, estaríamos hablando de una coexistencia de músicos pertenecientes a diferentes generaciones; podríamos pensar en hacer tributos a las leyendas rockeras nacionales –un Rodrigo González, por ejemplo y no en buscar nombres a los cuales colgarse para rendir un homenaje y esperar buenos dividendos de ello.
No, un texto no puede hacer mucho, como tampoco podrá hacerlo el presente libro, si no hay conciencia histórica del acontecer en este país; sin embargo, si esta conciencia histórica es inexistente cuando hablamos de cosas verdaderamente sustanciales para la nación, ¿qué nos lleva a pensar que el rock puede tener alguna importancia en este contexto? Ya lo señaló el escritor Juan Vicente Melo, México es una babel olvidadiza, y ese olvido, en el ámbito rockero, es una constante.
Han sido los necios, los aferrados, los soñadores quienes han llevado al rock hecho en México al sitio en donde actualmente se encuentra. Su trabajo no ha podido dar más porque no fue ése su propósito y a fuerza de empeño, con mucha ingenuidad y buenos deseos no se ha logrado construir más. Al rock hecho en este país le hace falta profesionalización en todos los ámbitos y con ello no sólo me refiero a los musicales. Una de las claves de su futuro se encuentra allí, un futuro que, en cincuenta años, ojalá y cuente una historia diferente… o al menos la cuente como debe de ser.
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